A estas edades a las mujeres nos suele ocurrir una cosa. O dos cosas, pero solo me interesa hablar de una de ellas.
Y me voy a circunscribir estrictamente a las separadas, que creo que en nuestro ámbito somos mayoría. Puede suceder que la separada esté deseando matrimoniar otra vez, rápidamente y con el primero que caiga, pero no es este el caso al que quiero referirme.
Hay mujeres que preferimos mantener una vida independiente, con relaciones amorosas satisfactorias, pero “de la puerta hacia fuera”. Y en esta situación realmente maravillosa de estabilidad vital y emocional, a la que hemos llegado superando siglos de educación tradicional en la que nos programaban para vivir en pareja y supeditadas a ella, nos encontramos con situaciones muchas veces frustrantes, pero también paradójicas o simplemente chocantes y divertidas.
Los hombres también han sufrido sus siglos de “programación” emocional, han crecido educados para no dejar traslucir sus sentimientos, para ir de donjuanes por la vida, para llevar la voz cantante en las relaciones, para tener que asumir todas las iniciativas, etc. Les han enseñado que es complicado ligar, y que normalmente las mujeres no nos dejamos. Que tienen que pagar un precio a cambio del sexo, bien en efectivo y por adelantado, bien a largo plazo y en forma de manutención vitalicia (matrimonio). Les han enseñado, poco más o menos, que las mujeres no damos nada gratis. Y es normal, porque a nosotras nos han educado para reclamar ese pago.
Pero los tiempos han cambiado mucho. Somos independientes y no necesitamos la protección tribal ni económica del hombre. Vivimos estupendamente solas, o solas con nuestros hijos, y nos las arreglamos estupendamente. En muchos casos hemos llegado a la conclusión de que no nos compensa tener un hombre en casa porque son más los problemas que las satisfacciones que la convivencia con él nos proporciona. Y, cuando tenemos una relación, decidimos mantenerla fuera.
Los hombres, creo yo, pasan por una etapa inicial en la que piensan algo así como que esto es jauja. Encuentran mujeres que no solo no dicen que no ni se muestran renuentes ante sus avances, sino que llegan incluso a llevar la iniciativa en el proceso de la seducción. Tratan de aprovechar todos los planes y de momento disfrutan, pero... llega un momento en que la autoestima se va desinflando. No se sienten protagonistas, que es para lo que están condicionados. Y, además, llega un momento en que incluso se sienten utilizados. Hay muchos momentos en que los hombres no se sienten cómodos. Como, después de todo, también tienen sentimientos, llegas a oír reproches tales como “a ti lo único que te interesa es el sexo” (¡¡¡....!!!), “me estás utilizando”... y reclaman gestos de ternura, caricias, abrazos, llegan a pedirte que les digas que les quieres y empiezan a pretender quedarse en tu casa por las noches.
Todos tenemos nuestro corazoncito y nuestras contradicciones. El tema es largo y continuará, espero.
Y me voy a circunscribir estrictamente a las separadas, que creo que en nuestro ámbito somos mayoría. Puede suceder que la separada esté deseando matrimoniar otra vez, rápidamente y con el primero que caiga, pero no es este el caso al que quiero referirme.
Hay mujeres que preferimos mantener una vida independiente, con relaciones amorosas satisfactorias, pero “de la puerta hacia fuera”. Y en esta situación realmente maravillosa de estabilidad vital y emocional, a la que hemos llegado superando siglos de educación tradicional en la que nos programaban para vivir en pareja y supeditadas a ella, nos encontramos con situaciones muchas veces frustrantes, pero también paradójicas o simplemente chocantes y divertidas.
Los hombres también han sufrido sus siglos de “programación” emocional, han crecido educados para no dejar traslucir sus sentimientos, para ir de donjuanes por la vida, para llevar la voz cantante en las relaciones, para tener que asumir todas las iniciativas, etc. Les han enseñado que es complicado ligar, y que normalmente las mujeres no nos dejamos. Que tienen que pagar un precio a cambio del sexo, bien en efectivo y por adelantado, bien a largo plazo y en forma de manutención vitalicia (matrimonio). Les han enseñado, poco más o menos, que las mujeres no damos nada gratis. Y es normal, porque a nosotras nos han educado para reclamar ese pago.
Pero los tiempos han cambiado mucho. Somos independientes y no necesitamos la protección tribal ni económica del hombre. Vivimos estupendamente solas, o solas con nuestros hijos, y nos las arreglamos estupendamente. En muchos casos hemos llegado a la conclusión de que no nos compensa tener un hombre en casa porque son más los problemas que las satisfacciones que la convivencia con él nos proporciona. Y, cuando tenemos una relación, decidimos mantenerla fuera.
Los hombres, creo yo, pasan por una etapa inicial en la que piensan algo así como que esto es jauja. Encuentran mujeres que no solo no dicen que no ni se muestran renuentes ante sus avances, sino que llegan incluso a llevar la iniciativa en el proceso de la seducción. Tratan de aprovechar todos los planes y de momento disfrutan, pero... llega un momento en que la autoestima se va desinflando. No se sienten protagonistas, que es para lo que están condicionados. Y, además, llega un momento en que incluso se sienten utilizados. Hay muchos momentos en que los hombres no se sienten cómodos. Como, después de todo, también tienen sentimientos, llegas a oír reproches tales como “a ti lo único que te interesa es el sexo” (¡¡¡....!!!), “me estás utilizando”... y reclaman gestos de ternura, caricias, abrazos, llegan a pedirte que les digas que les quieres y empiezan a pretender quedarse en tu casa por las noches.
Todos tenemos nuestro corazoncito y nuestras contradicciones. El tema es largo y continuará, espero.