lunes, diciembre 25, 2006

TODOS TENEMOS NUESTRO CORAZONCITO


A estas edades a las mujeres nos suele ocurrir una cosa. O dos cosas, pero solo me interesa hablar de una de ellas.
Y me voy a circunscribir estrictamente a las separadas, que creo que en nuestro ámbito somos mayoría. Puede suceder que la separada esté deseando matrimoniar otra vez, rápidamente y con el primero que caiga, pero no es este el caso al que quiero referirme.
Hay mujeres que preferimos mantener una vida independiente, con relaciones amorosas satisfactorias, pero “de la puerta hacia fuera”. Y en esta situación realmente maravillosa de estabilidad vital y emocional, a la que hemos llegado superando siglos de educación tradicional en la que nos programaban para vivir en pareja y supeditadas a ella, nos encontramos con situaciones muchas veces frustrantes, pero también paradójicas o simplemente chocantes y divertidas.
Los hombres también han sufrido sus siglos de “programación” emocional, han crecido educados para no dejar traslucir sus sentimientos, para ir de donjuanes por la vida, para llevar la voz cantante en las relaciones, para tener que asumir todas las iniciativas, etc. Les han enseñado que es complicado ligar, y que normalmente las mujeres no nos dejamos. Que tienen que pagar un precio a cambio del sexo, bien en efectivo y por adelantado, bien a largo plazo y en forma de manutención vitalicia (matrimonio). Les han enseñado, poco más o menos, que las mujeres no damos nada gratis. Y es normal, porque a nosotras nos han educado para reclamar ese pago.
Pero los tiempos han cambiado mucho. Somos independientes y no necesitamos la protección tribal ni económica del hombre. Vivimos estupendamente solas, o solas con nuestros hijos, y nos las arreglamos estupendamente. En muchos casos hemos llegado a la conclusión de que no nos compensa tener un hombre en casa porque son más los problemas que las satisfacciones que la convivencia con él nos proporciona. Y, cuando tenemos una relación, decidimos mantenerla fuera.
Los hombres, creo yo, pasan por una etapa inicial en la que piensan algo así como que esto es jauja. Encuentran mujeres que no solo no dicen que no ni se muestran renuentes ante sus avances, sino que llegan incluso a llevar la iniciativa en el proceso de la seducción. Tratan de aprovechar todos los planes y de momento disfrutan, pero... llega un momento en que la autoestima se va desinflando. No se sienten protagonistas, que es para lo que están condicionados. Y, además, llega un momento en que incluso se sienten utilizados. Hay muchos momentos en que los hombres no se sienten cómodos. Como, después de todo, también tienen sentimientos, llegas a oír reproches tales como “a ti lo único que te interesa es el sexo” (¡¡¡....!!!), “me estás utilizando”... y reclaman gestos de ternura, caricias, abrazos, llegan a pedirte que les digas que les quieres y empiezan a pretender quedarse en tu casa por las noches.
Todos tenemos nuestro corazoncito y nuestras contradicciones. El tema es largo y continuará, espero.

viernes, diciembre 22, 2006

APRENDAMOS DE ELLOS... AUNQUE MEJOR NO


Entre las mujeres que estamos solas se suele decir que los hombres están difíciles de “pillar”, y que el que merece la pena está ya pillado. También que sólo quieren sexo.
Ahora cualquier pelagatos se las da de play-boy. Estos son los que cuando se despiden te dicen “nos vemos”, por no decir “no nos volveremos a ver”, típica valentía ibérica, o quizás quieren decir todo lo contrario “me gustaría volver a verte”, pero entonces es el orgullo ibérico el que asoma (la otra pata del bicho).
Pues estos seres tan curiosos que andan pululando en bares, chats y ambientes nocturnos, debajo de esa fachada de animal en celo y de más o menos pelo con olor a Armani u otro perfume de marca, resulta que también son personas. Entonces ves que te cuentan cosas que no se atreven a decir a nadie porque en su círculo tienen que mantener una fachada, que quieren que les acaricies, que te besan tiernamente, incluso te sorprenden diciendo “abrázame”, y te abrazan fuerte porque un día sintieron cariño al abrazar a alguien así y lo están echando de menos, y te estrujan como a un limón porque en ese momento eres su posesión, esporádica pero es lo que de verdad desean, poseer a alguien.
Y quien dice que una mujer que lleva una vida tranquila, perfectamente organizada, completa en su pequeño mundo laboral, familiar y social, con su tiempo ocupado en mil historias de aficciones, deporte, amigos y obligaciones por supuesto. Y que en el lado sentimental valora la amistad y la familia. Y el amor que tuvo un día y ahora no tiene lo recuerda con ese abrazo con el ligue en cuestión, que por unos momentos se convierte en persona cómplice de su soledad. Mientras, quizás algún día, llegue esa persona que sí pueda formar parte de su mundo, pero que de verdad merezca la pena.
Esta es otra forma de vivir, sola pero con compañía.
Como ellos también podemos ser inaccesibles, para todos excepto para aquel que nos entre con un amor que realmente sea grande.

APRENDAMOS DE ELLOS, ¿POR QUÉ NO?


De niña leí “Cinco horas con Mario”, pero fue de mayor cuando me fascinó, será porque me identificaba con esa señora que tenía horas de reproche guardados. Creo que con cinco horas me quedaría corta para poner verde a mi último “ex”, aunque en verdad cinco minutos y ya le dedico mucho de mi valioso tiempo. Esto es para quedar bien, porque no debería confesarlo, pero sumando todos los ratitos que se me ha ido la cabeza a “las verdades que le diría”, se me queda corta hasta la enciclopedia Espasa.
Bien pensado, prefiero dedicar mis pensamientos a los posibles y a los futuribles. Aclaración: futurible no significa que vaya más allá del próximo fin de semana, que las relaciones interpersonales entre sexos opuestos están más que pasajeras, volátiles. Es como ese chiste del que va al médico y le cuenta su problema de eyaculación precoz. El médico asombrado dice “¡coño!”, y el paciente “¡Ahhhhh!”
Ligar se liga fácilmente, ahora ojito con saber nadar y guardar la ropa, que con los hombres hay que andar entre tiburones y cabrones, poquitos se salvan. Con lo que, en la gran mayoría de los casos, podemos seguir comprobando que no avanzamos, que los tíos tienen la sensibilidad en... ya sabemos dónde.
¿Y si nosotras hiciéramos lo mismo? ¿Y si nos mostramos con ese mismo tipo de “sensibilidad”?
Ánimo, que como dice el dicho, si no puedes con ellos únete a ellos. Creo que vamos aprendiendo...

sábado, diciembre 16, 2006

CONNOTACIÓN Y DENOTACIÓN: USOS DE LA PALABRA “SEÑORA”


Ya hace años que la Real Academia decidió por decreto eliminar del uso y de la norma la palabra “señorita”. De momento, en vano. Los señores de cierta edad o de cierta indumentaria (léase traje y corbata) siguen llamando a las mujeres “señora” o “señorita” previa evaluación de su posible edad o estado civil. Y, por lo menos, no te preguntan como hace años “¿señora o señorita?” para averiguar si eres casada o soltera, y aún menos mal, como hace décadas, si respondías “señorita” (educadamente y en lugar de un merecido “¿y a usted que le importa?”), si respondías “señorita”, “será porque usted quiere”. Esto daría para otro artículo, porque este cumplido significaba que tu belleza y prestancia no merecían quedarse en la tan despreciada “soltería” (despreciada solo cuando afectaba a la mujer, “solterona”, frente al hombre, siempre “soltero de oro”).
Las señoras también, y sobre todo si son de cierta edad, siguen usando el término “señorita”, abusiva y compulsivamente, al referirse a las vendedoras, cajeras o similares, aunque sean muy mayores, pobrecillas. Imagínome llamando “señorito” al bien trajeado caballero que atiende la sección de hombres del Corte Inglés...
Y los chavales siguen llamando “seño” o “señorita” a sus profesoras, pero ese es otro tema. Lo curioso es que también fuera del ámbito escolar siguen haciendo diferencias. Y se asombran si les explicas que “señorita”, “mademoiselle”, “fraulein” y demás se ha eliminado de las respectivas normativas lingüísticas de los países de Europa.
Pero no es este el tema. El tema es que la lengua es el vivo retrato del hablante. Y por lo que yo observo a mi alrededor, he de decir...
... que a veces, bastantes veces, oigo decir “señora” con cierto tono despectivo.
... que nunca, absolutamente nunca, oigo decir “señorita” en ese tono, precisamente.
... que jamás se escucha “señor” con matices despreciativos.
... y que “señorito”, siempre, se dice de esa manera.
Porque ocurre que: “señorito” nunca ha sido una palabra que se diferencie de “señor” por semas relativos a edad o estado civil. Esa palabra ha aludido a un status social privilegiado y de escasa actividad laboral, que terminó por considerarse despreciable.
Porque ocurre que “señorita” ha implicado siempre una denotación de mujer joven y deseable, y se ha utilizado incluso con intención de cumplido al utilizarla con mujeres que ya eran un poco maduritas... (provocando el sonrojo, síntoma de decencia, los aspavientos que eran la respuesta en los antiguos y elaboradísimos códigos de ligoteo)...
Porque ocurre que decir “señor” siempre ha supuesto valorar al interlocutor, especialmente. Lo ha usado el mayordomo con el amo, lo ha usado el o la joven con el anciano, ha servido para valorar en la alocución la prestancia del caballero...
Pero... la palabra “señora” la he escuchado de todas las maneras. Y voy a contar una anécdota:
Estaba yo embarazada de mi hijo Daniel. De siete u ocho meses. Muy ostensible el embarazo, vamos. Había perdido o me habían robado mi Visa, y yo había solicitado una nueva en el banco. Al intentar recogerla, habiendo en la sucursal una cola de veinte metros al menos, el obsequioso empleado de banca no la ubicaba en el lugar correspondiente.
- Estará a nombre de su marido.
- Imposible, la Visa es mía, no es una tarjeta asociada.
Otro vano intento de búsqueda. El hombre mira por detrás de mi hombro izquierdo, calculando mentalmente la longitud de la fila de clientes expectantes. De regreso, la mirada sigue la curva de mi pronunciada barriga y parece impacientarse.
- No figura. ¿Seguro que no puede haber sido enviada a nombre de su marido?
- No, no, la cuenta está solamente a mi nombre.
Al escuchar esto, ya me dispara la mirada brevemente, de abajo arriba (está sentado), por encima de las gafas y del mostrador de mármol, y se levanta, como buscando aliados entre los evidentemente molestos clientes que esperan... y suelta...
- Se-ño-ra (léanse todas las sílabas como tónicas), la tarjeta no está aquí. Es evidente que tiene que haber llegado a nombre de su marido.
- La palabra “señora” sonó como un escupitajo. Yo miré a mi alrededor, miré a los circundantes o mejor, coli-ndantes, que impacientes parecían darle la razón (julio, mediodía...).
Me armé de valor. Miré fijamente al empleado. Traté de mirar también al mismo tiempo a mis pacientes colistas. Y dije despacito pero alto, acariciándome tranquila el bombo:
-Verá usted, es imposible que la tarjeta haya llegado a nombre de mi marido por la sencilla razón de que soy SOL-TE-RA.
Ni que decir tiene que la tarjeta apareció a los cinco minutos.
Y es que ocurre que en muchas ocasiones la palabra “señora” es sinónimo, para el que la pronuncia, de discapacitada psíquica. Implica varios semas: maruja, negada tecnológica, incapaz de comprender cualquier término científico, judicial o médico.
Sobre el término “maruja”, no hay mucho que decir. Si alguien pregunta por la “señora” de la casa es porque trata de venderte algo, y, ya se sabe, tenemos menos resistencia al hostigamiento o somos más proclives al consumismo.
Otro caso: te falla la batería del vehículo. Es más frecuente que eso nos pase a nosotras, porque nuestro parque móvil suele ser (ya cada vez menos, gracias a la divinidad y a nuestro esfuerzo) más antiguo y de menos caballaje que el de nuestros maridos. Pero si a un hombre se le para el coche en un lugar inconveniente, todo el mundo tiende a pensar que se trata de una grave avería, un imponderable. Si le ocurre a una mujer, que se le ha calado, por torpe. Así que se detendrán a auxiliar al caballero, pero obsequiarán con sonoros pitidos a la “se-ño-ra”, y pasarán de largo. Menos mal que existe Mapfre.
Por supuesto, el caballero que ejerce cualquier profesión como las antes mencionadas tratará con más condescendencia a las pobres “señoras”, nos explicará más las cosas.
Pero hay algo peor: ya que nos reducen al ámbito doméstico, en el que parece que sí, que por fin, somos suficientemente competentes, pues resulta que en ese mismo ámbito, ELLOS son mejores. Son mejores los hombres como cocineros (no te fastidia, cobran y no soportan los gustos encontrados y discrepantes de la familia, o bien son alabados por el público en general cuando hacen una paella fuera de casa, para lo que has tenido tú que limpiar y preparar hasta el último de los ingredientes; o bien fríen un huevo ensuciando toda la cocina y tú, con enorme fe en el futuro de la raza humana, les das las gracias para que no pierdan la costumbre y vayan aprendiendo...), son la leche como peluqueros, aparecen en los anuncios con sus limpiadores demostrando a las pobres “señoras” que han limpiado muy, muy mal y que llegan a salvarlas con el producto milagroso que las va a dejar embobadas de gusto...
En fin, que pocas veces me gusta que me llamen señora, la verdad. Y no es porque al hacerlo evalúen mi edad, no. Es porque evalúan, las más de las veces, mis capacidades.
No sé si me explico.

domingo, diciembre 10, 2006

Sirena o ballena



Veo este blog bastante abandonado, una amiga argentina me manda esta carta, creo que encierra una buena filosofía vital.

Sirena o ballena? Brindo por la autora...!!

Hace un tiempo, se vio por las calles de San Pablo un afiche de Runner, una de las cadenas de gimnasios más renombradas del Brasil - con la foto de una chica escultural y la siguiente frase: "¿Este verano qué querés ser: sirena o ballena?"

Dicen que una mujer de San Pablo (cuyas características físicas nunca trascendieron) le envió este mail a la empresa Runner como respuesta:

"Las ballenas están siempre rodeadas de amigos. Tienen una vida sexual activa, se embarazan y tienen ballenitas de lo más tiernas. Las ballenas amamantan. Son amigas de los delfines y se lo pasan comiendo camarones. También se lo pasan jugando en el agua y nadando por ahí,surcando los mares, conociendo lugares maravillosos, como los hielos de la Antártida y los arrecifes de coral de la Polinesia. Las ballenas cantan muy bien y hasta tienen CD grabados. Las ballenas son enormes y casi no tienen predadores naturales. Las ballenas tienen una vida bien resuelta, son amadas por todos y hasta tienen organizaciones internacionales que se ocupan de sus problemas.


Las sirenas no existen. Si existieran, vivirían en permanente crisis existencial. "¿Soy un pez o soy un ser humano?". No tienen hijos, pues matan a los hombres que se encantan con su belleza.
(Y yo agregaría que no tienen por donde hacer el amor. ¡Por Dios!). Son bonitas sí, pero tristes y siempre solitarias. (¿Quién quiere acercarse a una mujer que huele a pescado y que no tiene hoyito para hacer el amor).

Runner, querida, prefiero ser ballena.
¡Si me quedaba alguna duda, ya quedó desterrada!

P.D.: En estos tiempos de mujeres anoréxicas y bulímicas, en que la prensa, las revistas, el cine y la tele nos meten a la fuerza en la cabeza que sólo las flacas son bellas, este mensaje trae nuevas esperanzas a las ballenitas y, ¿Por qué no?, a las sirenitas que no descansan un segundo pensando en su apariencia exterior.
Yo prefiero disfrutar un helado junto a la sonrisa cómplice de mis nietos, una copa de vino con un hombre que me haga vibrar y una pizza exquisita con amigos que me quieren por lo que soy, no por cómo luzco."