miércoles, septiembre 13, 2006

LA SEXUALIDAD A PARTIR DE LOS CUARENTA (I)


Las mujeres solíamos traumatizarnos si tras el primer encuentro sexual con un hombre este se levantaba de la cama (si ha ocurrido en la cama la cosa), se vestía y se despedía de inmediato, sin quedarse siquiera a charlar un ratito o, en pretéritos perfectos gracias a la ley de costas, echar un cigarrito. O si con tu pareja estable, tras el encuentro que para ti había podido ser frustrante o maravilloso (lo mismo da, porque en un caso necesitas cariño, en el otro comentar la experiencia), él se daba la vuelta y se quedaba dormido en dos nanosegundos.
Hablo en pasado porque a las mujeres de más de cuarenta con cierta experiencia en el asunto, y sobre todo experiencia variada, eso ya no nos preocupa mucho. Por lo menos hasta el límite de traumatizarnos. Hombre que se pone de inmediato los pantalones, sobre todo si con la prisa se olvida los calzoncillos, hombre borrado de los mapas reales y virtuales de nuestra vida. Primero, eso cada vez sucede menos según la edad aumenta, sospecho que porque cada vez sabemos más cómo comportarnos en una cama; segundo, puede que la cama en cuestión sea la del hombre y seamos nosotras las que decidimos el momento de abandonarla; y, tercero, cada vez nos preocupa más la propia actuación del individuo en el lecho.
A este respecto tengo que decir que actualmente son ellos los que tendrían que ir observando y preocupándose al límite de la angustia si ven que su compañera, circunstancial o estable, al término del coito, sale disparada y se mete en la ducha. Eso sí tiene que dar que pensar, y no que nos vistamos de inmediato y abandonemos la alcoba.
Porque eso significa que ella quiere arrancarse tu olor y olvidarse del mal rato que ha pasado. Así, sin atenuantes. Vamos, el único atenuante posible sería estar con la regla y haberse puesto perdida.
Sobre la impresión que un amante recién estrenado deja en su estrenadora (que no “entrenadora”, ni “estresadora”, hay que decir que se puede evaluar también de otra manera, y no limitarse a la insuficiente pauta de la ducha. En ella se supone que el encuentro ha sucedido en la cama de ella (no vale en la cama de él, ni en el coche, en cuyo caso habrá que remitirse nuevamente a la cuestión ducha):
Él se va (o lo echas, o lo que sea). Te levantas y cambias las sábanas rápidamente. Malo, malo... Seguramente también te duchas, pero primero las sábanas... qué asco, volver de la ducha y encontrarte, ahí, uno o más pelos suyos...
O bien te duermes, pero... al día siguiente te encuentras con los pelos en cuestión y cambias las sábanas. No sé, a lo mejor repites.
¿Y cuando te despiertas, estiras los brazos, abres los ojos y allí, justo delante, encuentras un pelito suyo y sonríes, lo coges con cuidado, incluso (en casos extremos) lo guardas de recuerdo? Oh, oh, el hombre de tu vida (aunque sea el duodécimo hombre de tu vida).
¿Y cómo evaluamos la impresión que tú has causado en él? Seguimos suponiendo que la cosa ha sucedido en tu cama:
Justo al terminar, se levanta y se marcha. Ya hemos comentado esa opción. Olvida al “caballero”. O no le has gustado, o está casado, fijo.
Se queda un rato más o menos largo. Charla, copa, quizás un bis... Se va a las tantas... Bien, puede repetirse.
Se queda a dormir. Le has encantado, te quiere. Si tú no le has echado, ya tienes pareja, que es lo que querías, porque si no... le habrías echado con algo de diplomacia, ¿no?
Se queda a dormir, abrazado a ti para más INRI. Peligro. No te lo despegas ya ni con agua caliente...
(continuará, y espero vuestra opinión)

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