Mi amiga Ana me ha dado pie para un tema del que quería hablar desde hace tiempo, sobre todo por dos vallas publicitarias que hieren mi sensibilidad cada día, cuando voy y vuelvo del trabajo.
Es el de prostitución y publicidad.
Pienso que, en primer lugar, la prostitución es un producto. O es un servicio, lo mismo da. Es legal su contratación o su venta, o es ilegal. Y es de suponer que es legal, puesto que ni proxenetas, ni prostitutas, ni clientes son detenidos sistemáticamente, o por lo menos multados. Subrayo “sistemáticamente”, porque hay casos en que sí: los casos en que se demuestra que las mujeres que ejercen la prostitución están forzadas a ello.
Como tal producto o servicio, está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. Y ahí entra la publicidad, invento ancestral encaminado a hacer que la oferta se incremente.
La publicidad de los servicios sexuales es tan antigua como la profesión más vieja del mundo. Las prostitutas en la antigüedad dejaban sus anuncios de contactos en tapias y paredes (véase los grafitos pompeyanos) e incluso llevaban grabadas en las sandalias las “S” de “sígueme” para señalar su trayectoria habitual a los posibles clientes.
Desde entonces, sin embargo, la oferta se ha diversificado mucho. La prostitución no solo se hace en la calle o en prostíbulos más o menos sofisticados. Inventos como el teléfono o Internet hacen posible acceder a estos servicios de formas diferentes, ni mejores ni peores.
Hay que tener en cuenta, además, que la demanda, con publicidad o sin ella, se ha incrementado, a pesar de la creciente libertad sexual (ese es un tema para otra entrada).
Si un producto no es ilegal, su publicidad tampoco debe serlo. Se puede limitar, pero no prohibir. No se puede publicitar el alcohol en todos los medios, el tabaco mucho menos. La pornografía no es exactamente ilegal, pero su publicidad está muy restringida. Y con la prostitución debería ocurrir exactamente lo mismo.
Personas (hombres y mujeres) que ejercen este trabajo vía teléfono o internet tienen que vender su producto mediante anuncios. Pueden estar más o menos disimulados, y en este sentido la ley debería establecer criterios claros tal como lo hace con el alcohol y el tabaco. Incluso hace unos años se podían ver anuncios de preservativos en las vallas, y supongo que han desaparecido porque los habrán prohibido. Sin embargo, los podemos ver en prensa o televisión.
Quizás no sea grave anunciar servicios sexuales en la prensa. Los teléfonos eróticos, por ejemplo, necesitan esos medios para anunciarse. Más grave es que se anuncien los prostíbulos en enormes vallas publicitarias, utilizando a veces la imagen de la mujer como objeto, como en el caso de “El jardín del diablo”. El club “Opium”, aunque aparentemente más discreto, no lo es. Con un tremendo mal gusto nos martillea los oídos continuamente en la radio, utilizando unos “actores” especialmente escogidos. En Navidades, un cateto que se va a pasar las vacaciones íntegras allí, porque “aquello está lleno de chavalas de las que nunca dicen que no” (no faltaba más, para eso están) , que se iba a gastar la paga extra íntegra en reservados Vips (cómo será el personal no Vip?) Ahora, el cateto dialoga con un tonto (alguna asociación de disminuidos psíquicos debería denunciarlos, es realmente ofensivo), que le pregunta dónde está el Opium club. Pobres mujeres las que trabajen allí, si sus Vips son todos como el tonto o el cateto.
Pero ese no es el tema. El tema es que no se debería permitir una valla publicitaria anunciando un prostíbulo con una señora con los pechos al aire. O toda la literatura de la valla del Opium. El tema es que no se sabe qué hacer con la prostitución. Ni con su publicidad. Y algo hay que hacer. Ese es el tema.
Es el de prostitución y publicidad.
Pienso que, en primer lugar, la prostitución es un producto. O es un servicio, lo mismo da. Es legal su contratación o su venta, o es ilegal. Y es de suponer que es legal, puesto que ni proxenetas, ni prostitutas, ni clientes son detenidos sistemáticamente, o por lo menos multados. Subrayo “sistemáticamente”, porque hay casos en que sí: los casos en que se demuestra que las mujeres que ejercen la prostitución están forzadas a ello.
Como tal producto o servicio, está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. Y ahí entra la publicidad, invento ancestral encaminado a hacer que la oferta se incremente.
La publicidad de los servicios sexuales es tan antigua como la profesión más vieja del mundo. Las prostitutas en la antigüedad dejaban sus anuncios de contactos en tapias y paredes (véase los grafitos pompeyanos) e incluso llevaban grabadas en las sandalias las “S” de “sígueme” para señalar su trayectoria habitual a los posibles clientes.
Desde entonces, sin embargo, la oferta se ha diversificado mucho. La prostitución no solo se hace en la calle o en prostíbulos más o menos sofisticados. Inventos como el teléfono o Internet hacen posible acceder a estos servicios de formas diferentes, ni mejores ni peores.
Hay que tener en cuenta, además, que la demanda, con publicidad o sin ella, se ha incrementado, a pesar de la creciente libertad sexual (ese es un tema para otra entrada).
Si un producto no es ilegal, su publicidad tampoco debe serlo. Se puede limitar, pero no prohibir. No se puede publicitar el alcohol en todos los medios, el tabaco mucho menos. La pornografía no es exactamente ilegal, pero su publicidad está muy restringida. Y con la prostitución debería ocurrir exactamente lo mismo.
Personas (hombres y mujeres) que ejercen este trabajo vía teléfono o internet tienen que vender su producto mediante anuncios. Pueden estar más o menos disimulados, y en este sentido la ley debería establecer criterios claros tal como lo hace con el alcohol y el tabaco. Incluso hace unos años se podían ver anuncios de preservativos en las vallas, y supongo que han desaparecido porque los habrán prohibido. Sin embargo, los podemos ver en prensa o televisión.
Quizás no sea grave anunciar servicios sexuales en la prensa. Los teléfonos eróticos, por ejemplo, necesitan esos medios para anunciarse. Más grave es que se anuncien los prostíbulos en enormes vallas publicitarias, utilizando a veces la imagen de la mujer como objeto, como en el caso de “El jardín del diablo”. El club “Opium”, aunque aparentemente más discreto, no lo es. Con un tremendo mal gusto nos martillea los oídos continuamente en la radio, utilizando unos “actores” especialmente escogidos. En Navidades, un cateto que se va a pasar las vacaciones íntegras allí, porque “aquello está lleno de chavalas de las que nunca dicen que no” (no faltaba más, para eso están) , que se iba a gastar la paga extra íntegra en reservados Vips (cómo será el personal no Vip?) Ahora, el cateto dialoga con un tonto (alguna asociación de disminuidos psíquicos debería denunciarlos, es realmente ofensivo), que le pregunta dónde está el Opium club. Pobres mujeres las que trabajen allí, si sus Vips son todos como el tonto o el cateto.
Pero ese no es el tema. El tema es que no se debería permitir una valla publicitaria anunciando un prostíbulo con una señora con los pechos al aire. O toda la literatura de la valla del Opium. El tema es que no se sabe qué hacer con la prostitución. Ni con su publicidad. Y algo hay que hacer. Ese es el tema.
2 comentarios:
¿En que parte del cartel pone explícitamente que es un local dedicado a la prostitución? En los anuncios, en general, nunca se alude al subtexto, a lo subyacente, aunque todos damos por sentando que se encuentra ahí. De este modo el protocolo a seguir es complejo ya que desde el punto de vista formal ninguno de los dos son anuncios censurables. Recuerdo un par de anuncios de Barceló Ron Dominicano donde salían chicas tambien con los pechos al aire. ¿Hay que censurarlos? Sinceramente, el argumento expuesto es válido para toda la publicidad, pero no sólo para la prostitución, eso es demagogia, reina...
Te saludo, Víctor. Todo el mundo sabe que son prostíbulos. En los anuncios radiofónicos de Opium se dice explícitamente. No sé si eres de Sevilla. Si lo fueras, estarías en contexto. No se trata de los pechos al aire, no creo que veas que yo esté censurando eso, incluso creo que he dicho que me parece normal que se publiciten los contactos telefónicos, porque no hay otro medio de darse a conocer. Creo que no hay mucha demagogia en mi artículo, pero puedo equivocarme.
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