Más que un tema de contaminación acústica, sería este un tema de contaminación estética. Suele afectar más a las mujeres que a los hombres, por dos razones: la primera, porque tenemos por naturaleza un timbre de voz más agudo; la segunda, porque tendemos a defender nuestras razones más con el argumento que con la fuerza física, y hay señoras que piensan que los argumentos son más fuertes enunciados más alto.
Hay dos ámbitos donde, por mi profesión y aficiones, sufro especialmente los gritos de mis congéneres: el primero y principal, la piscina, ámbito que bastaría por sí mismo para un estudio sociológico: a primera hora de la mañana, hora en la que estamos en los vestuarios solo tres o cuatro mujeres trabajadoras, no hay ruido apenas: conversaciones a volumen normal, apresuradas; cuando salimos del agua, llegan a los vestuarios las señoras que pueden elegir la hora del baño: aquello se torna un gallinero: salimos informadas de los embarazos y partos de la familia de cada una, del menú previsto en sus hogares ese día, de que andan siempre corriendo y “a la lucha” (¿...?). Un griterío tremendo, desproporcionado, y no exagero. El segundo ámbito sería el del instituto. Hay chavalitas que para decir la hora a su compañera de al lado emplean más decibelios que el más sonoro de los petardos.
Decía que esto es un importante problema estético. La voz, bien modulada, es un importante instrumento de seducción. La voz envejece, como todo el mundo sabe. Hay personas, sobre todo en EEUU, que se implantan colágeno en las cuerdas vocales para recuperar una voz que suene a juventud. Las señoras que hablan a gritos acaban roncas prematuramente, suenan viejas y desafinadas. Las chicas que hablan a gritos suenan ordinarias. La voz se deforma, y supongo que el rostro al mismo tiempo, pues se le obliga a gesticular con más dureza.
Y, además, todo este esfuerzo vocálico no tiene ningún sentido. Una voz a medio volumen pero bien proyectada tiene más alcance que un grito mal articulado. De hecho, los logopedas enseñan técnicas para conseguir llegar más lejos empleando mucho menos esfuerzo.
No siempre es preciso el profesional: en la mayoría de los casos basta el sentido común.
El ruido es feo, y además afea.
Hay dos ámbitos donde, por mi profesión y aficiones, sufro especialmente los gritos de mis congéneres: el primero y principal, la piscina, ámbito que bastaría por sí mismo para un estudio sociológico: a primera hora de la mañana, hora en la que estamos en los vestuarios solo tres o cuatro mujeres trabajadoras, no hay ruido apenas: conversaciones a volumen normal, apresuradas; cuando salimos del agua, llegan a los vestuarios las señoras que pueden elegir la hora del baño: aquello se torna un gallinero: salimos informadas de los embarazos y partos de la familia de cada una, del menú previsto en sus hogares ese día, de que andan siempre corriendo y “a la lucha” (¿...?). Un griterío tremendo, desproporcionado, y no exagero. El segundo ámbito sería el del instituto. Hay chavalitas que para decir la hora a su compañera de al lado emplean más decibelios que el más sonoro de los petardos.
Decía que esto es un importante problema estético. La voz, bien modulada, es un importante instrumento de seducción. La voz envejece, como todo el mundo sabe. Hay personas, sobre todo en EEUU, que se implantan colágeno en las cuerdas vocales para recuperar una voz que suene a juventud. Las señoras que hablan a gritos acaban roncas prematuramente, suenan viejas y desafinadas. Las chicas que hablan a gritos suenan ordinarias. La voz se deforma, y supongo que el rostro al mismo tiempo, pues se le obliga a gesticular con más dureza.
Y, además, todo este esfuerzo vocálico no tiene ningún sentido. Una voz a medio volumen pero bien proyectada tiene más alcance que un grito mal articulado. De hecho, los logopedas enseñan técnicas para conseguir llegar más lejos empleando mucho menos esfuerzo.
No siempre es preciso el profesional: en la mayoría de los casos basta el sentido común.
El ruido es feo, y además afea.
3 comentarios:
¡Ay! Yo no puedo hacer nada; me paso días hablando normal, y en cuanto hablo por teléfono con mi padre (que no necesita ningún aparato que transporte su voz estentórea, muchas veces le digo que cuelgue, que le oigo igual a distancia)... ¡ya está! ¡me contagia! Y me paso tres días hablando a gritos.
Me gusta que trates el tema, aunque por desgracia no creo que puedas hacer mucho. Viviendo en Alemania me doy cuenta de que los españoles tendemos a ser más ruidosos. Es mucho más educado y elegante hablar suavemente. Que ya ciertas situaciones exasperen, es otro problema. Pero sí, hay quien lo tiene por costumbre... y lo malo es cuando estás en una sala y, al gritar todo el mundo, se vuelve un círculo vicioso...
Pero ahora sí que voy a gritar bien fuerte, porque me acabo de acordar de algo importante: FELIZ DÍA DE LA MADRE!! :)
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