A cualquier ser o persona que nos observara desde fuera, los occidentales, más aún, las occidentales, pueden, o podemos, dar la impresión de que vivimos inmersas en cuatro preocupaciones fundamentales, que condicionan el 75% mínimo de nuestra conducta y ocupan por lo menos el mismo porcentaje de nuestro pensamiento. Cuando los últimos fríos van desapareciendo, aumentan de manera exponencial los anuncios de anticelulíticos, productos hipocalóricos o presuntamente adelgazantes, cereales que en 15 días te hacen bajar tres tallas... Y en verdad ves que aumenta la presencia de personal en gimnasios y piscinas. Es también uno de los momentos estrella de nuestra amiga la Dermoestética. Y, como no, de las cremas que consiguen reafirmar la piel, endurecer los músculos, eliminar la grasa y reducir el volumen con cuatro o cinco pasadas... Aunque parezca imposible, esas cremas se venden. Hay personas, y muchas, que se lo creen.
Se diría que una vez que las interesadas han conseguido adelgazar los kilillos que les sobran abandonan esa obsesión que “okupa” sus mentes durante abril, mayo y junio se relajan hasta la temporada siguiente y dedican sus pensamientos a cuestiones menos frívolas y más trascendentales, para ellas mismas o para la humanidad. Entre otras cosas, porque toda la publicidad habla de “los kilos acumulados durante el invierno”, “las acumulaciones de grasa que la ropa esconde” (qué poético, qué bonito todo, a veces me dan ganas de volver al Romanticismo aunque no hubiera lavadora...).
Pues no. Nada más volver de las vacaciones, que duran un mes para la mayoría de la gente, o sea, nada, un pispás, resulta que en ese mes el personal se ha inflado de cervezas y tapitas y tiene que recuperar la forma perdida tras los excesos veraniegos. Pero... por favor, ¿no era que nos enfrentábamos a ellas en perfecta línea y peso, después de alimentarnos de Alpiste-bran de Kellogs, 0% de yogur (perdón, yogur 0%), “aerobiciar” como posesas, untarnos todo tipo de cosas e incluso algunas, pasar por la CD? ¿No era que nos íbamos a pasar unas vacaciones en la playa –digo por lo del biquini, objetivo último de tanto esfuerzo- donde suponemos que más bien la vida no ha de ser precisamente sedentaria? Pues no. Seguimos igual. Los excesos de las vacaciones. Es el momento de marcarnos pautas que nos permitan recuperar la forma perdida (¡...!), adoptar buenos hábitos para no llegar a las siguientes vacaciones en el mismo lamentable estado que en las anteriores. Y se nota. Gimnasios y piscinas vuelven a rebosar de personal. Durante, más o menos, un mes... en el que escuchas a diario el rosario de buenos propósitos que te reafirman en la idea de que realmente existe una obsesión generalizada. Obsesión que se va relajando, porque el aforo termina disminuyendo, y volvemos a ser las mismas y los mismos de siempre.
Vale –pensamos- ya hasta la primavera, porque fijo que el tema principal, la preocupación principal volverá en marzo o abril.
Pues no. El relax vuelve a durar bien poquito. Llegan las Navidades y, tras ellas, otra vez lo mismo. Todo el mundo se ha puesto morado de comer y beber. Y, tras las fiestas, la misma dinámica.
Resumamos: síndrome post-polvorón, síndrome pre-playa, síndrome post-excesos vacacionales. Nuestra saciedad, perdón, nuestra sociedad, desgraciadamente, se mueve en estos parámetros. No son los únicos, claro. Hay otros no mucho más dignos. Yo siempre pienso en las mujeres africanas en estos casos. O pienso en la brevedad y la insignificancia del individuo y de la vida humana cuando veo los anuncios de la Dermoestética. Pero la publicidad es nuestra radiografía. La publicidad nos retrata sin maquillaje. Y nuestras prioridades están clarísimas. Lo que han conseguido siglos de cultura, también.
Pues no. Nada más volver de las vacaciones, que duran un mes para la mayoría de la gente, o sea, nada, un pispás, resulta que en ese mes el personal se ha inflado de cervezas y tapitas y tiene que recuperar la forma perdida tras los excesos veraniegos. Pero... por favor, ¿no era que nos enfrentábamos a ellas en perfecta línea y peso, después de alimentarnos de Alpiste-bran de Kellogs, 0% de yogur (perdón, yogur 0%), “aerobiciar” como posesas, untarnos todo tipo de cosas e incluso algunas, pasar por la CD? ¿No era que nos íbamos a pasar unas vacaciones en la playa –digo por lo del biquini, objetivo último de tanto esfuerzo- donde suponemos que más bien la vida no ha de ser precisamente sedentaria? Pues no. Seguimos igual. Los excesos de las vacaciones. Es el momento de marcarnos pautas que nos permitan recuperar la forma perdida (¡...!), adoptar buenos hábitos para no llegar a las siguientes vacaciones en el mismo lamentable estado que en las anteriores. Y se nota. Gimnasios y piscinas vuelven a rebosar de personal. Durante, más o menos, un mes... en el que escuchas a diario el rosario de buenos propósitos que te reafirman en la idea de que realmente existe una obsesión generalizada. Obsesión que se va relajando, porque el aforo termina disminuyendo, y volvemos a ser las mismas y los mismos de siempre.
Vale –pensamos- ya hasta la primavera, porque fijo que el tema principal, la preocupación principal volverá en marzo o abril.
Pues no. El relax vuelve a durar bien poquito. Llegan las Navidades y, tras ellas, otra vez lo mismo. Todo el mundo se ha puesto morado de comer y beber. Y, tras las fiestas, la misma dinámica.
Resumamos: síndrome post-polvorón, síndrome pre-playa, síndrome post-excesos vacacionales. Nuestra saciedad, perdón, nuestra sociedad, desgraciadamente, se mueve en estos parámetros. No son los únicos, claro. Hay otros no mucho más dignos. Yo siempre pienso en las mujeres africanas en estos casos. O pienso en la brevedad y la insignificancia del individuo y de la vida humana cuando veo los anuncios de la Dermoestética. Pero la publicidad es nuestra radiografía. La publicidad nos retrata sin maquillaje. Y nuestras prioridades están clarísimas. Lo que han conseguido siglos de cultura, también.
2 comentarios:
Que razón tienes.
Pues como dices por suerte a la gente se le termina la obsesión por el deporte, porque así nos dejan la piscina o el gimnasio para las que de verdad nos cuidamos ¡todo el año!
Se vive para el placer, y comer para muchos es un placer, y adelgazar sin sufrir es lo que hace que no se repare en gastos ante dietas o productos milagrosos. Es casi vergonzoso, primero te lo gastas en cebarte, y luego en perder los kilos... ¡qué desatino!
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