Fue al conocer a Laura cuando comencé a percatarme de mi declive. Por primera vez en mi vida de hombre me observaba más que me dejaba llevar durante el acto y me sentía más que sentía. También se plantearon por primera vez las odiosas preocupaciones por la dureza y el tamaño y me hacía falta asegurarme, con un movimiento disimulado de la mano, de que estaba “listo”. No hay duda de que esto ocurría desde hace algún tiempo, pero no le daba importancia. Cuando me daba cuenta, achacaba mi falta de ardor a la falta de amor. Lo ponía en la balanza de lo que no importa. Me decía a mí mismo que mis relaciones con las mujeres eran cada vez menos anónimas, que se personalizaban demasiado, que no aceptaban la falta de autenticidad, la pobreza afectiva. Pero en los brazos de Laura no había excusa posible. Nunca había amado entregándome tanto. Ni siquiera recordaba mis otros amores, quizás porque la felicidad siempre es un crimen pasional: suprime todos los anteriores. Cada vez que estábamos juntos, nidos en el silencio de las grandes profundidades que deja a las palabras en sus trabajos de superficie y que, muy lejos, allí arriba, los miles de anzuelos de lo cotidiano flotan inútilmente exhibiendo el cabo de los pequeños placeres, los deberes y las responsabilidades, se producía el nacimiento de un mundo de sobra conocido por aquellos que saben de esta verdad, que a veces el placer consigue hacernos olvidar: vivir es una plegaria a la que solo el amor de una mujer puede responder.
Fuese en la habitación de Laura, en el Plaza o en mi casa de la calle Mermoz, los objetos más humildes se convertían en objetos de culto. Los muebles, las lámparas, los cuadros adquirían un significado secreto y en pocos días habían adquirido ya la pátina del recuerdo. Ya no había estereotipos, banalidad, egoísmo: todo era por primera vez. Toda la ropa sucia de palabras de amor que tanto miedo tenemos de tocar porque está cubierta de las manchas sospechosas que han dejado las mentiras, recupera su vínculo con los primeros pasos, la primera confesión, la mirada de las madres y de los perros: los poemas de amor ya existían antes de que los poetas escribiesen sus obras. Me parecía que, antes de conocernos, mi vida había sido una serie de apuntes, bocetos, esquejes de mujer, borradores de vida, borradores de ti, Laura. Hasta entonces, solo había conocido prólogos. La mímica amorosa, la multiplicidad, la variedad, los revolcones, todos aquellos hola y adiós al placer son una ausencia de verdadero don que se esconde tras el pastiche, “al estilo del” amor. A veces está tan logrado y no se nota demasiado el oficio, el savoir faire disimula la habilidad, hay espontaneidad, sobrevivimos con menos que nada y resulta hasta barato, incluso basta con el placer. Y además no podemos pasarnos la vida esperando una demostración de genialidad. La vida había dado muestras de genialidad cuando me presentó a Laura, pero eligió el momento más cruel*. No era que mi cuerpo otoñal se negase a funcionar, sino que me hablaba cada vez más de mí mismo y cada vez menos de Laura. Se me imponía como una pesada carga desde el principio del acto, tardaba en responder, me recordaba constantemente mis límites y, mientras yo ardía de fervor impaciente, él exigía comedimiento, puestas a punto y mimos [... aquí un diálogo entre el autor y Laura que deja entrever lo encantadora que es ella...]
Aquel que fui una vez viene al encuentro, pero la ceguera, la alegría y las ganas de vivir, de dejarse llevar, de embriagarse, de entregarse sin reparos y sin control han dejado paso a una prudente preocupación de economía doméstica: he ganado hábilmente diez minutitos con las caricias preliminares para evitar el agotamiento si ella tarda demasiado. Mi propio placer me trae sin cuidado y ¿cómo podría ser de otro modo, si se trata de una cuestión de vida o muerte? Mi empeño es tal que no sé si lo que me pasa es que tengo miedo a perderte, Laura, o si solo tengo miedo a perder. Vivo el desgarro de la ternura infinita, de la dulzura de un cuerpo que confía demasiado en mi fuerza. Hay momentos de descarada ironía en los que llego a oír los gritos de los hinchas que vienen a animar la selección en el Campeonato del Mundo.
Puedo añadir algo mucho más cómico. Cuanto más aumenta mi ansiedad más necesito una “segunda vez” para quedarme tranquilo. Es un margen de seguridad que me doy con vistas a la jubilación. Alguna vez llego a conseguirlo, movilizando todos mis recursos nerviosos y aprovechándome hábilmente de la exasperación que azuza mi corriente sanguínea. Y cuando el rostro de Laura comienza a zozobrar y vuelve luego a la superficie buscando el mío, lo único que consigo con mayor facilidad es sonreír con denodada suficiencia, una sonrisa tierna, algo protectora... y tan viril.
Llevábamos seis meses juntos y tú no te habías dado cuenta de nada, amor mío. Yo estaba aguantando bien. Y como todas las personas felices por naturaleza, eras poco exigente y ni siquiera sabías que lo eras tan poco.
Nos quedamos dos días más en Venecia, recorriendo la ciudad de arriba abajo durante horas, entrando en todas las iglesias. Cuando volvíamos al hotel y yo te cogía entre mis brazos, eras tú quien decía: “No, Jacques, por favor, ten piedad, estoy agotada, no sé cómo haces, de verdad que eres una fuerza de la naturaleza...”
Me llenaba de esperanza. La cuestión era dar con un ritmo de crucero. Además, teniendo todos los museos de Francia a mi disposición todavía podía aguantar un trecho.
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PRÓXIMA ESTACIÓN: FINAL DE TRAYECTO es una novela escrita por Romain Gary en 1975. En ella el protagonista expone, con sinceridad absoluta, sus sentimientos al notar los primeros síntomas de declive sexual. Recomiendo vivamente la novela, no ya por su temática y por la naturalidad y claridad con que está tratada, sino por su calidad literaria. La podéis encontrar en Ediciones Demipage.
Hace ya bastantes años, muchos para el tema que tratamos, leí un libro sumamente interesante, El nuevo desorden amoroso, de P. Bruckner y A. Finkielkraut. Se editó en 1979, por tanto es casi coetáneo del libro de Gary. Se trata de un libro escrito con todo rigor científico y que cubre todas las múltiples facetas que interesan en el tema del amor y el sexo. Pero este libro es ya una curiosidad antropológica, porque en el tiempo que ha pasado desde su publicación hasta ahora, ha habido en nuestra sociedad tres revoluciones en el tema de nuestras relaciones amorosas que lo han trastocado todo: la viagra, la cirugía estética barata y al alcance de todos, y la desdramatización del divorcio y, por tanto, su aumento exponencial.
Sin embargo, la novela de Romain Gary no pierde vigencia. Por que es el problema del declive sexual masculino visto desde dentro, con miedo y con angustia, sin esperanza. He subrayado las frases que más me han conmovido o me has parecido más significativas en el texto que transcribo, y me voy a limitar a comentar esas pocas frases.
®vivir es una plegaria a la que solo el amor de una mujer puede responder.
Ya no había estereotipos, banalidad, egoísmo: todo era por primera vez
la mirada de las madres y de los perros
El protagonista, hombre que ha tenido relación con muchas mujeres, se enamora o siente que se enamora por primera vez pasados los cincuenta años. A esa edad comienza a ser romántico. Se permite lo que para él habría sido siempre una debilidad.
®no sé si lo que me pasa es que tengo miedo a perderte, Laura, o si solo tengo miedo a perder.
En realidad para él es la misma cosa. Acostumbrado a creer que vale lo que vale su potencia sexual, para retener a la mujer que ama/que no ama, y acostumbrado a creer que vale lo que el número de sus conquistas en su vida pública y social.
®La vida había dado muestras de genialidad cuando me presentó a Laura, pero eligió el momento más cruel.
No es una mera coincidencia. Se enamora cuando su fuerza disminuye, y describe los síntomas como si fuera un adolescente, como si de verdad fuera la primera vez, desconcertado ante la invasión de ese elemento extraño al que siempre había cerrado las puertas, en un alarde de desapego viril. El amor más fuerte, el que nunca se olvida, no es el primero: es siempre el último, o el que se percibe como último.
®una prudente preocupación de economía doméstica: he ganado hábilmente diez minutitos con las caricias preliminares para evitar el agotamiento si ella tarda demasiado. Mi propio placer me trae sin cuidado
La preocupación por satisfacer a la mujer aumenta porque el protagonista se encuentra con una mujer joven, a la que supone sexualmente muy activa, y a la que quizá no sabe oír cuando ella demanda, sobre todo, ternura. Por primera vez, él derrocha ternura, pero no la supone suficiente, y, por supuesto, ni se plantea confesar su angustia a una mujer joven por miedo a su posible desprecio y, lo que es peor, a su posible alejamiento.
®Cuanto más aumenta mi ansiedad más necesito una “segunda vez” para quedarme tranquilo
Curiosamente, cuando su deseo sexual es menor.
®Y como todas las personas felices por naturaleza, eras poco exigente y ni siquiera sabías que lo eras tan poco
No se da cuenta de que él es más que suficiente para ella.
A estos temores del hombre que siente que va perdiendo su potencia sexual, incrementados por:
- los hombres, cada vez más, se encuentran en la situación de “conquista” a la edad de cincuenta o más, por el (o los) divorcio(-s), buscado(-s) o consentido(-s).
- a ser posible buscan una mujer más joven, tanto por sentirse más jóvenes ellos mismos como por suscitar envidia en su entorno masculino social.
La respuesta, o la exigencia de la sociedad es:
-Le reafirma en su sensación de que si el hombre no es sexualmente activo no es nada. Esto es extensivo a la mujer. Las campañas del ministerio de Salud y las concejalías locales se ensañan con los ancianos incluso insistiendo que a cualquier edad hay que practicar deporte y sexo, para morir en estado de perfecta salud.
-Ya existe la viagra. Lo que no se puede, se aparenta. Una pastillita y eres el rey del mundo. (no os perdáis, si ya podéis alquilarla, la película La mancha humana)
-El uso de la viagra, producto masculino, lleva a las mujeres de esa edad, que también tendrán sus crisis, pero no es hoy el tema, a intentar parecer más jóvenes a toda costa. De ahí también el auge de la cirugía estética.
¿somos esclavos de qué...?